Raquel Viejobueno

Autora de prosas poéticas, narrativa, ensayos y crónicas.
Diferentes premios nacionales e internacionales avalan su carrera desde 1992, además de varias publicaciones.

El ascensor

– El siguiente -un hombre con aspecto embalsamado y lánguido miró por encima de sus minúsculas lentes- por favor, el número 76.453.645, que se aproxime a la mesa 53 bmc/xvl.

El silencio era una sábana extendida en el tiempo.

– Último aviso al número 76.453.645.

Un señor con pantalón gris y un suéter de colorines pasados por los centrifugados de la lavadora, se despertó de golpe. Tenía la cabeza apoyada en la columna derecha que separaba la sala principal de las demás. Estaba todo lleno, miró las pantallas luminosas con letras y números rojos con fondo negro. Se levantó de un brinco y se dirigió corriendo a la mesa que le indicaba en su papel que sin darse cuenta sujetaba con afán tremendo, entre sus dedos gruesos de la mano. Tropezó con varias mochilas, se disculpó sin mirar y fue caminando con paso rápido, observando como el hombre con aspecto embalsamado iba a apretar el botón para dar paso al número 76.453.646.

– Buenos días, buenas -dijo recobrando un aire que parecía no llegar. Dejó el papel que llevaba en la mano. El señor con las lentes lo cogió abandonándolo entre una montaña amarillenta de otros cadavéricos resguardos de citas, montones de números asimétricos se mezclaban, moribundos, solos, ya era pasado. El de las lentes enceradas en el tiempo se dio cuenta que estaba algo húmedo, sería sudor, lo dejó en el cementerio de dudas, preguntas, necesidades, angustias y desesperaciones de miles y miles de números.
– Hay que estar más atentos. Siéntese.
– Ya, sí, bueno, perdón. Es que…
– Tenemos mucho trabajo y las demoras no las podemos permitir.
– Lo siento, pero me quedé dormido -miró el reloj, pudo ver que llevaba en la sala más de siete horas esperando su turno.
– Nombre -musitó el administrativo.
– Fermín, Fermín Buenaventura Vedado
– Fecha de nacimiento
– 31 de agosto de 1953
– Domicilio
– Calle Girasol, número 4, en
– Bueno, déjeme mejor el D.N.I., de todas formas, me lo tiene que dar, ¿ha traído las fotocopias que se le piden para la tramitación?
– Por supuesto, aquí las tengo.

Alzó una bolsa de cuero desgastada por el uso y la apoyó en las rodillas. Mientras buscaba en su interior el hombre lánguido le miraba sin mirarle, sin atención, haciendo un leve movimiento con la comisura de la boca, pareciera un pequeño insecto entrenado para la cazar. Un depredador sin compasión.
Cogió parte de los papeles que llevaba en la bolsa de cuero y los dejó encima de la mesa, en la parte derecha con titubeos y miedos.

– ¿Estarán ordenados?
– Sí, sí, sí, por supuesto. También los he separado con clic para su facilidad, por fechas para que no tengan problema al ubicarlo, y por supuesto cada uno lleva consigo su fotocopia.
– Ya.

El administrativo tuvo que ajustar un poco el espacio de la mesa para que Fermín pudiera dejar toda la documentación bien colocada. La mesa quedó ocupada por varios montones que a su vez tenían grupos de papeles más pequeños encima de los últimos.
Los había de color blanco, amarillos y rosas. Algunos eran muy finos, otros más gruesos, y había algunos que tenían aspecto de estar sucios por el tiempo.

– Creo que no se me olvidó nada -dijo Fermín- de todas maneras, tengo mi número de móvil.
– No se admiten teléfonos, recibirá la contestación vía correo, certificado, una notificación. En el plazo de siete días, si no ha contestado pierde el derecho de reclamar o interponer.

El administrativo cogió todos los montones y los fue echando a una caja en cuyo exterior figuraba el número 76.453.645. A medida que los echaba iba apuntando en una hoja que le pareció a Fermín eterna.

– Quisiera preguntarle
– Por favor, no ve que estoy haciendo recuento.
– Perdón, es que me gustaría que me dijera más o menos cuando me podrían llamar con alguna oferta.
– Llamar, ¿a quién?
– A mí, es que tengo verdaderos problemas para llegar a fin de mes, y además necesito trabajar, mi jubilación está cerca y no sé, bueno yo…

Silencio. La mirada detrás de las diminutas lentes parecía pérdida, ajena, fuera de esa conversación tan sentida que había intentado entablar Fermín.
El hombre lánguido se dio la vuelta, a su espalda había unas estanterías con muchas bandejas donde se acumulaban montones de documentos, algunos de diferentes colores, pequeños, grandes, envejecidos, nuevos, escritos, en blanco, a medio rellenar… Cogió varios de bandejas diferentes.

– Ya, bueno, firme aquí, aquí, aquí. En el apartado segundo debe poner su currículo, en el cuarto su vida laboral. Todas las fechas de alta en diferentes trabajos.
– Bueno, pero es que yo llevo cotizando cuarenta años, no me acuerdo de todas las fechas y…
– ¿Qué me dice?, eso lo tendría que saber, no podemos perder el tiempo así.
– Bueno yo pensé que la documentación que traje era para eso.
– Esa documentación es para contrastar. Intente recordar porque no vamos a poder hacer nada. Después del apartado que le señalo tiene que hacer un pequeño croquis, así a modo de esquema de los diferentes trabajos que ha realizado usted, en el apartado siete, las bajas laborales, en el ocho las fechas de las bajas, en el apartado diez tiene que poner, en el caso que los tuviera, algún conflicto laboral, en el catorce las diferentes empresas, en el trece la dirección de las empresas, en el dieciséis contratos, en el dieciocho la baja de dichos contratos, en el veinte la causa, vamos, simple rutina, muy fácil. Comience y así terminaremos antes.
– ¿Conflicto? No entiendo.
– Se refiere a expedientes.

Fermín miró a ambos lados. Guardó silencio. Observó el reloj. No tenía manillas, el tiempo ya no existía.
El administrativo carraspeó, y continuó, erguido, recto. Se subió ligeramente las lentes diminutas.

– En el apartado once tiene que explicar las enfermedades que tiene, en el caso de que las tenga. Como verá es algo fácil. Cuando haya terminado de rellenar este pequeño formulario de información para la administración, debe de traer firmado por su médico de cabecera un informe en el cual diga que está apto para trabajar…
– ¿Médico? No me dijeron nada, ¿tengo que volver a pedir número?
– Por supuesto, pero la demora no es larga, debe coger número en el apartado de tramitación dos, especificando el motivo, dejando móvil y el código que le ha sido enviado, vamos pan comido, o bien puede llamar por teléfono al 902…
– No, gracias, prefiero venir antes que llamar por teléfono.
– Bien, entonces, le continúo diciendo. El último paso para que usted tenga toda la documentación en orden es aportar las nóminas de los últimos veintiocho años.
– ¿Qué? Eso es casi imposible, yo no guardo esas nominas, antes se trabajaba…
– No me diga que ha trabajado en negro, entonces no le corresponde el subsidio. Esta administración es seria y no puede permitirse esos devaneos, nóminas, nóminas, se necesitan las nóminas…
– ¿Yo en negro? No, no, no, es que hace muchos años de eso, nada más
– Bueno, apórtelas, y, por último, fotocopia del carnet de conducir.
– ¿Pará qué?
– La verdad no sé, pero lo pone aquí en letra pequeña y si lo pone, hay que adjuntarlo.

Fermín se quedó callado.

– ¿Creé qué me llamarán pronto? No puedo estar en esta situación mucho más.
– Claro hombre. La demora que tenemos ahora es de unos siete meses.
– ¿Qué?
– Bueno, después de este tiempo, se comienza a ver la documentación. Ya veo que usted la tiene preferente.

El silencio se reía a carcajadas. La sala quedó solitaria en la sordera que Fermín creyó tener.

– Ahora por favor, baje por ese ascensor. Esa es la única salida, no de la vuelta porque es cuando se forman problemas para acceder al edificio. Existe una puerta de entrada y otra de salida, ¿comprende?
– Sí.

Fermín se levantó, se sintió liviano. La bolsa no pesaba, en aquella mesa dejó su vida, también el dedo que le amputaron en el accidente del 68, los días de sueño, el nacimiento de sus hijos cuando no pudo acudir porque el trabajo era inmenso. Se dejó el frío colgado en el membrete de cada papel que no supo rellenar, el calor de la impotencia, la vergüenza de estar en la calle y ser mayor, se dejó la vejez que casi asomaba al borde de su rostro, los nervios en bolígrafo azul porque hizo una firma torcida. Se dirigió al ascensor. Pulsó el botón de color plateado, una luz azul se encendió iluminando casi todo el cuadrado. A los minutos las puertas se abrieron, pudo ver una cabina amplia, la mitad de las paredes de espejo. Pasó dentro, las puertas se cerraron, mientras lo hacían pudo ver la sala llena de gente, todas las mesas con alguna persona sentada. Luego sólo vio una puerta de color plateado. Apretó el único botón que parpadeaba, que existía, en su interior pudo leer “viaje hacia ninguna parte”.
Lo pulsó, el ascensor empezó a descender…