Raquel Viejobueno

Editora y directora de Un Café con Literatos

Autora de prosas poéticas, narrativa, ensayos y crónicas.
Diferentes premios nacionales e internacionales avalan su carrera desde 1992, además de varias publicaciones.

Todo esto comenzó siendo una aventura dentro de un sueño desnudo, que poco a poco, comenzó a vestirse de manera magistral.

Les invito a sentarse en este sillón de la vida, donde con el aroma de un buen café, y el tacto de un magnífico libro, nunca podremos sentir la soledad. Lo que comenzó siendo un pequeño boceto, se ha convertido en un cuadro con pinceladas pluralistas que rasgan la mirada y empapan el corazón.

Dejemos a las letras danzar a su antojo, mientras desde ese sillón sorbemos instantes de palabras y nos peinamos con historias que hacen de este escenario de vida más bello.

Les invito a entrar, posiblemente no salgan siendo los mismos, o acompañados de cualquier personaje de nuestras historias o convertidos en versos de un poema.

Un Café con Literatos les brinda esa posibilidad.

Raquel Viejobueno

El día que cogí el bolso

Raquel Viejobueno

Ser comedida sólo implica tener antesalas de dolor, allí reposadas, como insólitas gaviotas planeando en el viento. Ser apacible es sembrar campos de espliego para que los transformen en estramonio e infortunios. Así como estar quieta sólo es ver la vida desde una ventana que nunca se abre.
Ese día cuando la gaviota descubrió la inmensidad del mar, o el espliego floreció en invierno rompiendo aquellos cristales de la ventana, cogí el bolso, guardé mi mundo y cambié realidades. Descubrí que mi pelo cubría colinas, y mi piel vestía estrellas, pero lo mejor de todo, fue comprobar que aún vacío mi bolso, fueron creciendo gaviotas y espliegos, que los cristales eran gotas que calmaban la sequía de aquel mundo guardado. Y aquí sigo, caminando sólo con lo que cogí aquel día, donde el dolor era como espejos burlones y mi figura una vela derretida, y los miedos aldabas pesadas que sujetaban los sueños.
El día que cogí el bolso crecí hacía atrás, porque volver a nacer después de haber nacido es vivir por segunda vez, parirse a una misma. Y aunque algunos me bautizaron en un pilar confundido, he sabido rezar a la única Diosa que me empujó a colgarme al hombro el bolso y la vida, esa Diosa callada y prudente que late en la vena y riega la carne, aquella que fortalece; la dignidad de ser uno mismo en el mundo de los otros.

El escultor

Raquel Viejobueno

He mudado la piel. El templo, la catedral, mis columnas jónicas muestran la escasez del mundo. Estoy en una cárcel de granito. El escultor me talla, hace de mi cuerpo una figura ilusa, a base de golpes. Resuena mi eco, pero no duele. Allá a la deriva, se ha ahogado mi sangre. Me he caído del último piso de mi mirada. Soy ciega, y la lluvia empapa mi piedra, resbala el agua entre las grietas de mi pecho, por el abdomen dolorido. Me han puesto una costilla nueva, la han forjado con fuego húmedo, con cerámica exquisita. Pretenden que entienda la vida, que con ella comprenda las sensaciones de mis manos de pizarra ennegrecida. Yo me dejé tallar.
Han puesto sobre mi espalda una cruz. El musgo camina sobre ella como ejércitos de tiempo, no se detiene.
Afuera continúan haciendo de mí una obra, me han cincelado los labios, el rostro. Mi pelo áspero y gris cae en la mano del viento, es demasiado pesado, no puede volar, no encuentra la brisa donde poder acunarse.
El escultor prosigue su obra, y casi terminada deposita su herramienta en la mesa de trabajo. Camina, mira y observa.
Soy inmóvil, el miedo danza tembloroso entre la roca que me vio nacer. Vuelve a mirar, frunce el ceño; y es que por mucho que quiera moldear, no hay piedra que pueda encerrarme.